a Antonella Nunziata
Rejas sucias, pintadas
alguna vez de negro,
me separan del patio.
Y más allá otras rejas
me protegen (¿realmente?)
de la calle y sus sombras.
De todos modos, nadie
está a salvo por más
que viva en un castillo.
Abrí sin más los ojos:
el enemigo habita
en uno mismo, y punza.
La sombra de mi padre
merodea esta noche
por aquí. No pronuncia
ni una palabra pero
cada paso que da
es un juicio que en contra
cruje por un segundo
en mi espalda y se pierde
más tarde. Tantos años
de muerto y todavía
arredra y me quebranta
con un gesto sin fe.
¿Olvido? Es imposible.
¿Perdón? Si no hay olvido.
Camina mi pensión con pies de plomo
Góngora
El perro, aquí al costado,
duerme un poco. Respira
parsimoniosamente
y nada lo distrae
de su reposo. Suena
Queen en la compu, noche
para esperar. Mañana
un Juez me evaluará
y sabré si merezco
una pensión. Locura
tras locura, los otros
una vez más se expiden
sobre mi psique. ¿Qué
diré en la Audiencia? Surge
Darío en la memoria
y sugiere que, azul,
hable desde mi voz.
¿Se han venido los fríos?
En una de ésas no:
aún febrero rige
entre nosotros. Algo
que nunca se prevé
con certeza es el clima:
hablamos vanamente
del día de mañana,
nos quejamos del tiempo,
que, en todo caso, es tópico
universal de bromas
con el vecino, y, sumo
placer, con los calores
vamos a la pileta
de alguno. (¿Lloverá?
Pispeen a los vates,
barómetros impúdicos.)
Mi psiquiatra me había
dado turno a las ocho
de ayer. Cuando caí,
me encontré con que no
estaba. "Será el timbre",
me dije, y la llamé.
Ni agendado me había.
Lo más justo es cobrarle
la ausencia: que me atienda
gratarola. Total,
las veces que le falto,
después hay que ponerse
lo mismo, despiadada.
Toma la lapicera
y escribe. Escribe cuando
la luz del mediodía
lo ha bendecido. Escribe
debajo de un foquito,
en plena madrugada.
Escribe para dar
y buscar y tener.
Escribe para hacerse:
los nombres son figuras
de sus propias personas.
Escribe sin mirarse
por encima del hombro.
Escribe porque sí.
Ya no puedo quererte:
por fin se me hizo obvio
lo afirmado. Pensar
que me mostraba entero
y locuaz ante el mundo.
Debajo trabajaba
la pena, y me invadió
un cansancio sin nombre
por meses hasta que
me lo dije: te fuiste
y no debo buscarte
de nuevo. La sorpresa
fue que todo --mi mente
y mi cuerpo-- por una
luz clara fue bañado
y renací a la vida.
No lo había aceptado.
Pensaba que podía
hacer que regresaras,
no sé cómo. Aceptar
que te has ido es abrir
grande la mano y luego
no querer contraerla.
No sos un impotente
espectro: tus encantos
vuelven a mí y me llaman,
aunque vos te riás
y me digas "no, no,
no soy tuya", y me bailes
en mis insomnios. Tengo
que anular tu poder,
volverte polvo. Muerta,
no fantasma ni sombra
de vos. Vacío y lúgubre.
Era más duro, ¿no?,
que sólo reclamarte.
La casa está vacía
y yo soy una sombra.
Ciscos de una virtud,
lo negué todo: claro
que podía perderte
porque yo estaba bien.
Hoy me duele esta casa
que ya ni te conoce.
Sólo yo te vislumbro
de pie junto al umbral.
Pasan algunos chicos
en bici. Son las dos
y media y la heladera
tiembla y suplica. ¡Cuándo
mi corazón será
uno con estas sombras!
Mi silla es un estorbo
que no conoce fin.
Pongo música, pienso
a la vez, me torturo
de sólo estar. Avispas
muerden mi cuerpo indócil,
sin sosiego posible.
Esa evidencia: nada
de lo que escriba --las
más bellas oraciones,
los más dolidos versos--
hará que vuelvas. Ángel
que rechaza mi ser,
tus labios no repiten
mis reclamos, reclamos
que son de amor, que se hunden
sin más entre edificios
oscuros. Desposorios
de mí con lo que sos
ahora --muros, sombras--,
ya no puedo tenerte,
ya sos tus noes. Último
poeta, fría musa.
Estoy desde hace meses
agotado. Acarreo
libros de sol a sol
y los leo, y de pronto
me recuesto en la cama,
débil y dolorido,
sin hálito vital,
y duermo. Duermo y panes
con manteca preparo
entre sombras y, triste
como las estaciones,
sueño que como. Qué
me pasa. Ayer tu risa
me devolvía joven.
No es un deber, Gonzalo,
escribir un poema
cada día, después
de que llega la noche
y la gente, en sus casas,
cena o mira la tele
entre niños ruidosos,
libres. Desde el deseo
de jugar para nadie
y para todos digo
mis versos uno a uno
contra el mundo: un carril
débil pero flexible,
que lleva más allá.
Frente al amigo quejoso
de que no cuenta con tiempo
para escribir (el laburo,
metódico roedor,
se lo come), yo quisiera
partir el mío con él
y sobre todo decirle
que no por contar con mucho
se escribe más. (Tantas tardes
que pierdo olímpicamente
con la Nada...) Aprovechá
los resquicios. Media hora
puede valer lo que un día
y lo ilumina, de paso.
Todavía está oscuro.
Todavía no pasa
la gente. No se escucha
sino un rumor lejano,
de motor. Siento un coche
pero pronto se pierde
calle arriba. Según
los usos de esta ermita,
leo en silencio. El mate
ya se lava. Vendrá
la mañana y no habré
sino avanzado un trecho
ínfimo en el camino:
laberinto y derrota.
Como desde un remoto
monte en el que estuviera
separado de vos,
no por la geografía
sino por tu rechazo...
¡Y no es así! Estás triste
de extrañitis al tiempo
que cambiás hábilmente
de tema. Es como digo:
se buscan y se evitan
esos que no se aman
y se aman. No sé,
no quiero hablar de más.
Son tus nubes nocturnas.
Me acuerdo del embrujo
de tu mirada... Ahora
mis versos son espuma
que nada significa,
o muy poco, en tus nuevos
tiempos de chica joven
y disponible. Nada
de lo que diga hará
que detengas tus ojos
como ayer en mi triste
ser en palabras. Sale,
en serio, sorprenderme.
(¿Te acordás vos también
de nuestro gran amor?)